jueves, 20 de agosto de 2015

La ceguera frente a los niños encarcelados

Por Andrés Mahnke M.

Al igual que buena parte de la sociedad, con su frase sobre la necesidad de crear cárceles para niños, Francisco de la Maza, alcalde de Las Condes, cerró los ojos frente a una realidad que tiene décadas de historia: la existencia de niños y niñas privados de libertad en nuestro país. 

No sólo a partir de la Ley de Responsabilidad Penal de Adolescente (LRPA), sino desde mucho antes, bajo el superado modelo del discernimiento, se ha encarcelado a niños como respuesta a sus hechos delictivos. Que se la haya denominado centro, cárcel, sección o recinto es irrelevante. 

De acuerdo con nuestros datos, entre 2008 y 2014 se dictaron más de 2 mil 600 condenas de internación en régimen cerrado y sobre 14 mil internaciones provisorias a niños de entre 14 y 17 años, y sólo a fines de 2014 había mil 71 jóvenes encerrados, repartidos entre los centros del Sename y las secciones juveniles de Gendarmería. Por eso impresiona tanto el llamado a crear algo que existe desde hace mucho tiempo y en la magnitud indicada.

Dicho esto y próximos a cumplir ocho años de vigencia la nueva justicia juvenil, parece oportuno intentar consensuar cuáles son los déficits del sistema, pero más importante aún, las razones de fondo de tales problemas.

Pese a los esfuerzos desarrollados, los recursos invertidos para lograr el desistimiento del delito mediante la inserción social de los adolescentes son aún insuficientes. El mayor problema sigue siendo uno de aplicación de la ley penal juvenil. Por eso es muy importante reformar el funcionamiento de las instituciones llamadas a aplicarla, más que pretender soluciones que no son tales, como es endurecer los castigos bajo una justificación resocializadora. 

Por ejemplo, la ley ya dice que se debe garantizar a los jóvenes encarcelados el acceso a la educación formal, a tratamientos de salud mental, a programas de formación y preparación laboral, entre otros. Lo que ocurre es que la brecha entre la letra de la ley y la realidad sigue siendo muy profunda.

Por ello, es positivo que en la reciente cuenta pública del Ejecutivo, a nivel sectorial el Ministerio de Justicia haya comprometido el envío antes de fin de año de la reforma al sistema de justicia juvenil, cuyos componentes centrales son la creación del Servicio de Reinserción Social de Adolescentes a partir de un modelo de intervención moderno y el diseño de un circuito judicial para adolescentes, con fiscales, jueces y defensores especializados, todas reformas con las que estamos profundamente comprometidos.

Es a través de medidas como éstas donde se debe apostar a buscar mejoras en los resultados del sistema, discutiendo con toda la evidencia posible los caminos a seguir y respetando siempre la dignidad personal del niño.

Estamos convencidos de que no sólo es más humano, sino además más efectivo, evitar lo más posible el uso de la cárcel y fortalecer los mecanismos de inserción social para los adolescentes.

Negar la existencia de niños encarcelados es cerrar los ojos y preferir la ceguera ante la incómoda pregunta que debiera hacerse la sociedad, sobre si ha servido de algo encarcelarlos durante todos estos años.