Más de 900 niños residen o deambulan sin hogar. La mayoría proviene de familias vulnerables. Han abandonado las caletas del río Mapocho y hoy su entorno son casas abandonadas, malls y poblaciones marcadas por la droga.
El reloj marca las 20.30 en punto en el albergue Miguel Magone, de la Fundación Don Bosco, en Quinta Normal. El aroma de la cena poco a poco empieza a inundar el living. Florencio Colilaf, director del recinto, mira con preocupación su celular cuando llaman a la puerta. Es J.V., de 17 años, una de las adolescentes que con frecuencia acude a pasar la noche a este recinto.
“Cuando tenía 11 años murió mi abuelo, era mi vida. Algunos
familiares me culparon por su muerte y decidí irme de la casa. No sabía a
lo que iba”, relata la niña, quien, tras vivir con su madre -que cayó
presa por tráfico de drogas-, y pasar por dos residencias del Servicio
Nacional de Menores, decidió irse a vivir a la calle con una amiga.
Tenía sólo 13 años. “Ella me llevó donde unos amigos que tenía y nos
fuimos a una casona abandonada; todos tenían entre 14 y 17 años, éramos
como una familia. Nos apoyábamos mucho”, cuenta J.V.
Añade otros detalles: que en esos dos años se dedicó a robar para
poder subsistir. “Yo era la más chica, bien pará’, pero sé que hubo
otras niñas que sufrieron abusos. No quiero volver a la calle, aquí
estoy bien”, acota.
M.S. tiene 14 años. Llegó a la misma residencia donde vive J.V. hace
dos meses. Tras el fallecimiento de sus padres, cuando tenía 10 años,
vivió en la itinerancia. Primero, en la casa de una tía. Luego, con
otros familiares, hasta que la echaron. “Entonces me fui a la casa de
unos amigos traficantes, en Puente Alto; tuvimos una pelea, estaba
volado en pastillas y nos golpeamos. Llegaron los pacos y estuve en
reclusión nocturna”, relata el joven, quien desde ese entonces transita
entre el hogar y la calle. Hoy está en rehabilitación.
En la actualidad, 981 niños, de entre uno y 18 años, de acuerdo a
cifras del Anuario del Sename de 2014, viven en situación de calle en
nuestro país. La mayoría de ellos tiene entre 14 y 16 años, y más del
59% reside en los vericuetos de la Región Metropolitana.
Paula Bedregal es jefa del Departamento de Salud Pública de la
Universidad Católica y fue parte del Observatorio Metropolitano de niños
y jóvenes en situación de calle, de la UC, en el que participaron
instituciones como el Ministerio de Desarrollo Social y entidades que
trabajan con menores en esta realidad. Ella señala que “hay varios
fenómenos. Uno, en el que la familia completa vive en la calle, por lo
tanto, el niño está en esa situación; otro tiene que ver con niños que
definitivamente se van a vivir a la calle o que entran y salen de ella,
principalmente a raíz de violencia intrafamiliar, abusos sexuales o
negligencia. También se asocia a grupos que son excluidos socialmente;
por ejemplo, niños que tienen alguna dificultad académica (…). Y están
los niños que viven en un entorno de delincuencia y de consumo de
drogas”.
En cuanto a cifras, dice que “lo que sabemos está subestimado, probablemente hay más niños. Es difícil seguirles el rastro”.
Sergio Mercado, director ejecutivo de la Fundación Vida Compartida
Don Bosco -una de las tres entidades de la Región Metropolitana que
cuenta con programas especializados en situación de calle (PEC)-,
financiado por Sename, explica que “la mayoría tiene su primer contacto
con este mundo entre los ocho y 10 años, en el caso de los niños, y a
los 12 en las niñas”.
Mercado también se refiere a los cambios de hábitos de estos menores.
Dice que muchos se han ido alejando de las viejas caletas del río
Mapocho o de los recovecos de la Plaza de Armas. Hoy circulan más bien
por malls, mercados, casas abandonadas y cerca de poblaciones.
“A estos niños se les ha invisibilizado; muchos creen que ya no
existen, porque no se ven tanto en las caletas (en Santiago), como en
los años 90, ni en las plazas. Eso no es así, están en otras partes, por
ejemplo en las poblaciones, y afectos a problemáticas aún más
complejas. Hoy estamos viendo, por ejemplo, fuertemente el tema de la
influencia de narcotraficantes”.
Un fenómeno reciente, detectado por la Fundación Don Bosco, tiene que
ver con niños provenientes de otros países. “Identificamos a cuatro
hermanos peruanos, de entre ocho y 17 años. Son situaciones aún más
complejas, pues ellos están ilegales. Chile no está preparado para
trabajar con este tipo de casos”, sostiene Eliet Arenas, directora del
PEC Padre Rodrigo Carranza, que trabaja en Puente Alto, La Pintana y San
Bernardo.
PROGRAMAS
Respecto de cómo abordar esta problemática desde las políticas
públicas, la directora del Sename, Marcela Labraña, señala que la
entidad cuenta con programas que apuntan a tratar el maltrato y la
revinculación educativa, además de las residencias.
“Salir de la calle no es fácil; de hecho, es una situación crónica y
algunos de ellos incluso te dicen que prefieren estar ahí, porque
arrancan de una situación de vulnerabilidad”. Añade que “lo importante
es que el niño en situación de calle ingrese a un programa de
asistencia. Hemos aumen- tado los programas integrales para estos
niños”. De acuerdo a cifras del Sename, en 2014 un total de 527 niños
fueron atendidos en programas PEC.
En la Fundación Don Bosco existe un diagnóstico compartido. La
mayoría de estos niños no vislumbra a futuro ser un adulto en situación
de calle. “Quiero ser contador, me encantan las matemáticas y la
física. Y algún día, tener mi propia casa”, afirma M.S.
Fuente: http://www.latercera.com